1 Doctor. Profesor-Investigador. Universidad Autónoma de Tlaxcala. Tlaxcala, México. E-mail: tom_agz@hotmail.com ORCID: http://orcid.org/0000-0002-5894-3277

Universciencia

Mayo-agosto - Año 18 - Núm. 54 - 2020

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Recepción: 21-Marzo-2020

Aceptación: 01-Mayo-2020

Pág. 33-36

Los tiempos educativos que no marca el reloj

The educational times that the clock does not mark

Resumen

La sociedad asume que el tiempo es una dimensión intrínseca a la vida y a las cosas, y que todas las personas experimentan su paso de la misma manera. No obstante, diversos pensadores nos muestran que el tiempo tiene diferentes concepciones y formas de vivirlo; explicaremos algunas de ellas y reflexionaremos sobre los tiempos escolares. Es así, como, requiere del uso de categorías, entendidas como formas de conocer.

Palabras clave: educación, sociedad, escolaridad.

Abstract

Society assumes that time is an intrinsic dimension to life and things, and that all people experience their passage in the same way. However, various thinkers show us that time has different conceptions and ways of living it; We will explain some of them and reflect on school times. Thus, it requires the use of categories, understood as ways of knowing.

Key words: education, society, schooling.

Tomás

Atonal Gutiérrez1

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La sociedad en general asume que el tiempo es una dimensión intrínseca a la vida y a las cosas, y que todas las personas experimentan su paso de la misma manera. Sin embargo, diferentes pensadores muestran que el tiempo tiene diferentes concepciones y formas de vivirlo; más adelante se explican algunas de ellas y se reflexiona sobre los tiempos escolares.

El ser humano, para enfrentar la realidad, requiere indiscutiblemente de un sistema de rituales cuya realización depende de un conjunto de símbolos que aprende a utilizar como representantes de las acciones del mismo hombre y de los objetos. En la medida que esta función de representación se impone, el ser humano asigna esas representaciones a su quehacer cotidiano estableciendo un orden y con ello encuentra sentido a las acciones que realiza.

El hombre, para explicar la realidad, requiere del uso de categorías, entendidas como formas de conocer, esto es que el sujeto tiene diferentes formas o maneras de conocer la realidad, que dependen de estructuras a priori de las que él está dotado, y con ello se nos quiere decir que el mundo es conformado a la medida de estas formas y estructuras (Kant, 1988). Las categorías son condiciones del conocer y del pensar en general y, en este sentido, no tienen aplicación válida más allá de lo dado y de lo recibido por la sensibilidad.

Para lograr la mediación entre un ideario conceptual con la realidad, la persona introduce el sentido de orden, de mediación y de ajuste para poder entender los actos humanos. Pero para vislumbrar y comprender tales sucesos echa mano de una categoría: el tiempo, que en palabras de Aristóteles (1982) afirma que este está compuesto en dos partes y no tres, pues el presente no es una parte. Resulta evidente que el tiempo no existe

de modo absoluto, sino solo de manera relativa y oscura, pues la primera parte (el futuro) será en algún momento, pero aún no es; y la segunda (el pasado) en algún momento fue, pero dejó de ser. Así, resultaría dudoso hablar de la existencia del tiempo, puesto que aquello que se compone de partes inexistentes difícilmente podría considerarse como algo que participa del ser.

Hablar de la existencia es hablar de algo divisible en partes, y cuando menos deben cumplirse dos condiciones: la primera es que todas o al menos algunas de sus partes deben existir, y la segunda es que estas partes existentes deben ser medida del todo; es decir, deben tener alguna extensión en el continuo al que pertenecen. Si la primera condición, por los motivos ya aducidos, no es cumplida en absoluto por el tiempo, es necesario decir que la segunda, si bien no será negada cabalmente, presenta al menos serias dificultades; pues lo único perteneciente al tiempo de lo cual podemos predicar el ser, es precisamente aquello que no podemos considerar como una extensión y, por lo tanto, como una parte, a saber: el presente o, en palabras de Aristóteles, el ahora.

Por lo tanto, hablar del pasado es recordar lo acontecido; pensar en el futuro es fantasía de que algo puede ocurrir, pero finalmente en la concepción del tiempo no están presentes, solo sustantivizan la idea de su existencia, por lo que él y sus modos de ser proporcionan importantes elementos para dar paso a la cuestión de la naturaleza del tiempo.

De acuerdo con los razonamientos que se han realizado, el tiempo es una institución social que hace posible el colocar la experiencia individual dentro de las experiencias comunes al grupo. Por ello, comúnmente conocemos las divisiones en segundos, horas, días, semanas, meses, años, que

corresponden a la periodicidad de los ritos, fiestas y ceremonias públicas. Un calendario da cuenta del ritmo de la actividad colectiva, al mismo tiempo que tiene por función asegurar su regularidad. Esta forma simple de ver y vivir el tiempo es en la otredad una forma de ser para la sociedad, quien no percibe que el “ahora” aristotélico, el cual es el momento de realizar, de ejecutar, de ser y que no llega condicionado con nada, simplemente con la racionalidad de querer ser.

Las sociedades de todos los tiempos crean una urdimbre de relaciones sociales por medio de protocolos, e ilustra la forma como los diferentes grupos se ubican en un estatus que es reconocido por el resto de la colectividad. Todo ámbito institucional inmiscuido en el tiempo encuentra sentido para las instituciones, pues es un periodo histórico. Un ejemplo de esto se encuentra específicamente en las escuelas, pues es ahí donde se manifiesta una expresión de lenguaje, comportamientos y pensamientos que remarcan la influencia y dependencia de un tipo de valores. Esto exige una racionalidad diferente, un lenguaje exclusivo y una forma de vida diferente ubicada dentro del tiempo, y que solo la escuela produce en los estudiantes al vivir la cotidianidad institucional.

Hechos los anteriores planteamientos, se entiende a la escuela como una acción social, cultural y simbólica, en la que los estudiantes encuentran sentido para formarse y trascender, pero para que ello se cumpla requieren de tiempos donde experimenten vivencias, percepciones y representaciones temporales. Así, los docentes son los responsables en determinar de forma objetiva el tiempo para lograrlo, lo cual obliga a realizar dos consideraciones, contemplar un tiempo físico y el ahora aristotélico. La primera para cronometrar la

planificación de los aprendizajes, la segunda para contemplar el logro académico.

Para concretar el logro académico es fundamental que los docentes desarrollen una conciencia temporal donde coloquen expectativas y experiencias que permitan que los estudiantes aprehendan y comprendan, problematicen, contextualicen y concreten situaciones donde las habilidades cognitivas se muestren en favor de resolución de problemas y propuestas para mejorar su tiempo físico (tiempo de vida).

Otro ejemplo que simbólicamente tiene impacto en las representaciones escolares de concebir el tiempo es, por un lado, que aparece el tiempo identitario, el que está establecido curricular y aritméticamente, donde se contemplan los contenidos, las estrategias, las indagaciones y el perfil de egreso. Por otra parte, surge el tiempo simbólico, un tiempo imaginario o de la significación, donde existe crecimiento, progreso, acumulación de racionalización y de conquista en los estudiantes, aproximación cada vez mayor a un saber específico (Castoriadis, 1983). Estas concepciones de tiempo no se concretan de forma lineal, requieren de madurez, vivencias y experiencias, provocadas por acontecimientos donde el espacio y realidad sean los medios para lograrlo.

Las actividades de la escuela se desarrollan en la fragmentación del espacio y el tiempo. En este rubro, directivos y profesores manipulan las estructuras espacio-temporales de la acción, efectuando un control exhaustivo de los sujetos. Los rituales espaciales actúan desde diversas técnicas: el inicio y final de la clase; el inicio del semestre, el cierre del mismo; la calendarización de los exámenes en sus diferentes etapas; el cumplimiento de las tareas; la profundización y rigurosidad de las

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mismas, entre otras. Estas actividades constituyen una topología del control del tiempo, en el cual se delimitan territorios, se segmentan y se les asignan valores y se define, en relación con los mismos, la inserción de los sujetos a los diferentes grupos sociales (Vain, 2002).

En la institución educativa, el tiempo escolar establecido en el calendario y vivenciado en las aulas permite que se generen algunas variaciones de la vida estudiantil. Estas variaciones previstas por las fechas del calendario admiten que algunas prácticas se prevean, entre ellas las evaluaciones, entrega de trabajos y las lecturas; también es posible anticipar los tiempos de relajamiento de tareas.

La construcción y características de los tiempos escolares se diversifican dependiendo del tipo de sociedad, los grupos sociales establecen sus propias prácticas y simbologías, lo que los distingue de los demás. Los rasgos que las diferencian tienen que ver con la época histórica y con los tiempos antropológicos. En cuanto a la época histórica, el sentido de las palabras y las prácticas se ajustan a las necesidades cambiantes; los rituales se hacen contemporáneos. En cuanto a los tiempos antropológicos, los logros que se persiguen son variados y en algunos casos inconstantes, dependen de las necesidades académicas, políticas, económicas y sociales de las personas, y de las instituciones educativas (Turner, 1980).

Las anteriores reflexiones permiten cuestionar sobre en qué tiempos se desenvuelve la escuela, si la primera revisión plantea un tiempo físico de realización, en el cual pragmáticamente caben todos los contenidos; los aprendizajes no se logran por antonomasia, estos requieren de preparación, de madurez y de un tiempo para concretarse que no está planeado; el momento se convierte en los estudiantes un darse cuenta de y en los docentes de que las cosas se están logrando, el tiempo se cristaliza en el ahora aristotélico, el cual debe aprovecharse para ampliarlo en ahoras. Los momentos cúspide del aprendizaje simplemente llegan y se van, se aprovechen o no, lo anterior

exige del docente experiencia para provocar, conocer y gestionar el aprendizaje de los alumnos; el estudiante requiere de disposición y auto-apropiación para permitir que el conocimiento provoque en él, el interés para conocer más.

Conclusiones

Para finalizar, cabe decir que la analogía anteriormente detallada del “ahora” por el hecho de saber en qué momento ejecutar alguna acción específica, este momento depende de acceso al conocimiento del tiempo anterior y posterior, y se refiere a dos cortes o “ahoras” en el tiempo. Así, es posible decir que también existe conocimiento del tiempo a través del “ahora”, lo cual significa que solo apreciando el tiempo de forma diferente a la cotidiana donde la ejecución de acciones depende de esos lapsos y mirando diferente al mismo, refiriendo al momento del logro. Las cosas dentro de las instituciones educativas pueden cambiar y provocar más y mejor aprendizaje en los estudiantes, y a los docentes les dará oportunidad para eficientar su práctica pedagógica.

REFERENCIAS

BIBLIOGRÁFICAS

Aristóteles (1982). Metafísica. Madrid, España: Gredos.

Castoriadis, C. (1983). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona, España: Tusquets.

Kant, I. (1988). Crítica de la razón pura. Madrid, España: Alfaguara.

Turner, V. (1980). La selva de los símbolos. México: Siglo XXI.

Vain, P. D. (2002). Los Rituales Escolares y las Prácticas Educativas. Argentina.