El papEl dE la división sExual dEl trabajo En la construcción dEl génEro masculino - rEgina Esparza QuEsada,
oscar andrés grijalva loya, maría josé maldonado dE la cruz, ximEna rEyEs-martínEz,
daniEl zahid sandoval núñEz y maylEth alEjandra zamora EchEgollEn
pensamiento como de acción (Bourdieu, 1998, p.
10).
En ese sentido, la división sexual del trabajo
no sólo opera desde la objetividad que incentiva
a realizar ciertas tareas, sino, que formula los
esquemas dentro del pensamiento que terminarán
por presentarse y regir en la cotidianidad del sujeto
masculino. En palabras de Pierre Bourdieu (1998):
a través de la división sexual de las legítimas
utilizaciones del cuerpo se establecen los
usos públicos y activos de la parte masculina
-enfrentarse, afrontar, dar la cara, mirar a la
cara, a los ojos, tomar la palabra públicamente-
mientras la mujer que, se mantiene alejada
de los lugares públicos, debe renunciar a la
utilización pública de su mirada. (p. 16)
No obstante, esta inscripción del género en el
sujeto no es espontánea ni aparece de la nada, sino
que emerge y se inscribe a través de la institución
familiar, en donde, tanto hombres como mujeres,
introyectan las premisas de género y su rol acorde
a la división sexual del trabajo. (Lévi-Strauss, 1975;
Castoriadis, 2013)
Como señala Claude Lévi-Strauss (1975),
se logra destacar la premisa que rige dentro de la
unión conyugal e interpela a los sujetos en primera
instancia como un factor que responde a cuestiones
económicas y, en segunda instancia, como el
incentivo de una división sexual que operará en la
subjetividad del hombre y la mujer para establecerse
dentro de ésta. Este proceso de aceptación es
incuestionable “dado que la familia se nos aparece
como una realidad social positiva, tal vez la única
realidad social positiva […]” (1975, pp. 32-33) e
incluso se deende junto a los posicionamientos en
los que sitúa a los sujetos para la realización del
trabajo.
Este efecto tiene lugar debido a su condición
de institución, esto es, la familia se trata de una
“red simbólica, socialmente sancionada en la que
se combinan en proporción y en relación variables
un componente funcional y un componente
imaginario” (Castoriadis, 2013, p. 211). En otras
palabras, la familia es un entramado de prácticas
y discursos simbólicos e imaginarios que orientan,
delimitan e inscriben el sentido del mundo en el
sujeto, en este caso, del género.
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En esta misma línea, Burin y Meler (1998),
denominan subjetividad sexuada, como aquello que
conforma al ser -socioculturalmente- a partir de su
sexo y las premisas alrededor de éste.
Dicho de otro modo, las autoras parten
de la premisa de la existencia de un proceso
sociohistórico a lo largo de los siglos que moldea
las nociones adjudicadas al hombre y a la mujer
(Burin y Meler, 1998).
Del breve y conciso recorrido histórico
que hacen para dar cuenta de estas nociones,
sobresalen las relaciones de poder y el carácter casi
omnipotente del hombre -en calidad de divino, de
académico, de conquistador, de burgués- que por
el aanzamiento del patriarcado
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le ha permitido
colocarse en un lugar central, mientras que la mujer
ha sido puesta en un segundo plano (Burin y Meler,
1998).
Burin y Meler (1998) plantean que es a
partir de la Revolución Industrial donde surge un
cambio en el orden de subjetivación. Para entonces,
son los principios del trabajo productivo los que
instauran y dan la calidad de sujeto. Es en este
momento histórico donde ocurre un cambio en la
percepción de la familia, se le empieza a ver como
una institución personal e íntima de la sociedad.
La mujer pasa a ser clave en la esfera privada al
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Y de muchas otras instituciones. La familia se trata de la institución
mediadora por excelencia y que se encarga de las primeras
socializaciones de la vida de los sujetos (Dubet y Martuccelli, 1998,
Donzelot, 2008).
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Forma de poder político y social, que organiza, da sentido, orienta y
dirige prcticas y discursos de dominación del polo signicado como
lo masculino sobre el polo signicado como lo femenino (Pateman,
2006; Rich, 1986; de Beauvoir, 2019).
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