1 Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-Investigador independiente, ad.duarte@gmail.com

de la ciudad contemporánea

y el ensayo: dos

caminos hacia la comprensión

Resumen

La etnografía es, por excelencia, el método más exhaustivo de investigación social. Consiste en acercarse, mezclarse en formar parte. El antropólogo clásico trataba de convertirse en una parte del fondo, del paisaje, y así lograr verlo todo. ¿De qué manera podemos hacer esto hoy en día, en un mundo social tan amplio, complejo y vertiginoso? Más aún, ¿es posible lograr una observación realmente completa, o sería mejor girar hacia la reflexión hacia la mirada amplia y profunda del ensayo teórico para captar los caminos laberínticos de la realidad social?

Palabras clave:

Etnografía, investigación social, metodología, ciudad.

Abstract

Ethnography is, by excellence, the exhaustive method of social research. It consists in approaching, mixing in being part. The classical anthropologist tried to become a part of the

La etnografía

Adriana

Duarte Romero1

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background, of the landscape, and thus achieve to see everything. How can we do this today, in such a broad, complex and dizzying social world? Moreover, is it possible to achieve a truly complete observation, or would it be better to turn towards reflection towards the broad and profound view of the theoretical essay in order to grasp the labyrinthine paths of social reality?

Key words:

Ethnography, social research, methodology, city.

Fecha de recepción:

03-mayo-2018

Fecha de aceptación:

01-junio-2018

Introducción

Aquí se procura contrastar la etnografía y el ensayo teórico como dos métodos aptos para develar algunos aspectos sobre el producto más moderno de la urbanidad y más urbano de la modernidad, la ciudad contemporánea. Para esto, será necesario repensar el papel de las reflexiones teóricas y de los datos de origen empírico la etnografía dentro del marco del espacio urbano, con las posibilidades y limitaciones que éste conlleva.

Para empezar, hacer una etnografía en el sentido tradicional de toda una ciudad sería una tarea titánica. Por lo tanto, se antoja conveniente dividir la vida cotidiana en porciones: microsituaciones que ocurren en lugares específicos, cada uno evocando formas distintas de usarlo, de moverse, de sentirlo, de habitarlo. Por otro lado, el ensayo teórico aparece como aquel que, por su propia

naturaleza reflexiva y abierta, puede llegar aquellos puntos ciegos propios del trabajo empírico.

Este trabajo busca resaltar la utilidad de ambos métodos como forma de ver y comprender el mundo social, adaptándolo al contexto en que vivimos y ampliando sus horizontes hacia disciplinas que ven distinto a la antropología, de modo que el conocimiento exhaustivo que provee no sea sólo el de tribus remotas, sino el de la vida cotidiana en los contextos urbanos, el de la experiencia propia de quien vive en una ciudad y se compenetra con ella a cada paso. Se trata también, de una discusión pertinente a la luz de los dilemas académicos actuales, en los que la interdisciplinariedad, el acceso abierto a la información, los nuevos datos de la era digital, entre muchos otros, abren la puerta a la crítica a los métodos clásicos de las ciencias sociales.

1. Tránsitos teórico-metodológicoos

Ciertas investigaciones que tuvieron lugar a principios del siglo pasado abrieron las puertas a las metodologías cualitativas en la academia anglosajona, iniciando una tradición que sigue vigente hoy en día en la antropología y las disciplinas asociadas a ella. El aporte más importante de la mirada etnográfica es conocimiento profundo y de primera mano de un fenómeno sociocultural específico.

Así, a finales del siglo XIX y se consolida a principios del siglo XX los trabajos fundadores de Franz Boas y Bronislav Malonowski inauguraron la que se convertiría en una larga tradición metodológica en ciencias sociales; el primero con las observaciones de grupos esquimales en los que se prefieren las narraciones de los propios nativos para recabar información sobre ellos, y no las encuestas y estadísticas que se usaban hasta entonces (Guber, 2001) y el segundo con sus estancias en las islas Trobriand que se prolongaban por años, y tuvieron como

resultado el conocimiento extenso de la comunidad isleña a partir de su sistema económico: el Kula (Malinowski, 2000).

Sin embargo, el trabajo etnográfico clásico cuenta con características que si bien fueron muy útiles para ampliar el conocimiento de comunidades indígenas alejadas y exóticas, hoy en día serían prácticamente imposibles de replicar. Malinowski por ejemplo, recomienda mudarse a la comunidad, integrarse, observarlo todo, participar en la medida de lo posible en sus actividades cotidianas y también en las inusuales. Después de cierto tiempo, el antropólogo deja de ser novedad para los miembros del grupo, y a pesar de no convertirse en uno más de ellos, se mezcla con el fondo. Su presencia ya no incomoda ni provoca cambios en la conducta de los indígenas.

Hoy, en pleno siglo XXI, tal vez sea difícil encontrar una comunidad de esas características, pero la vida urbana cada vez más compleja, ofrece pequeños enigmas que pueden ser descritos ampliamente, analizados e interpretados a partir de una mirada etnográfica que adquiere nuevas formas para enfrentarse a ella. Aun cuando, el objetivo tradicional de la etnografía se ha mantenido aparentemente intacto, el documentar e interpretar las formas de vida, costumbres, tradiciones y valores, se trata de una metodología que prioriza la cultura, y que coloca a los actores sociales en el centro de atención. (Hammersley y Atkinson, 2007).

Actualmente, la etnografía ya no consiste únicamente en mudarse a una comunidad exótica, sino en la participación en la vida diaria de un grupo de personas, de manera encubierta o no, haciendo acopio de información de todas las maneras posibles: observación, encuestas, entrevistas, recolección de objetos, etcétera (Hammersley y Atkinson, 2007).

Los elementos propios del trabajo etnográfico han cambiado para adaptarse a los distintos espacios y tiempos. Para Hammersley y Atkinson (2007, 1994),

sus características más importantes son, para empezar, la presencia del investigador en el contexto cotidiano de las personas, en el cual se estudiarán las acciones y los reportes de las personas, es decir, la investigación “ocurre en el campo” y no en condiciones experimentales, artificiales y controladas.

2. Etnografía en/de la ciudad

Las herramientas de recolección de información son diversas, generalmente incluyen observación participante y entrevistas, además de documentos e incluso conversaciones informales con las personas. Dicha recolección ocurre en un proceso no estructurado; el diseño de investigación etnográfica se caracteriza por ser flexible y amplio, lo que también se hace evidente en el momento de analizar e interpretar la información obtenida: las categorías que se usarán para ello no están todas definidas a priori, sino que se generan durante el proceso de análisis de datos. El análisis etnográfico incluye la interpretación de los significados, funciones y consecuencias de las acciones sociales e institucionales; descifra sus implicaciones en los contextos locales y, de ser posible, en otros más amplios.

La etnografía contemporánea se enfoca algunos casos, no en poblaciones enteras, ya que los grupos pequeños de personas facilitan el estudio a profundidad. La exhaustividad que el método etnográfico es capaz de brindar lo convierte en la metodología ideal para estudiar con atención focalizada un elemento de la vida urbana contemporánea, aquella en la cual los cambios vertiginosos dotan de una complejidad inédita. Por lo que es imposible hablar de una ciudad compuesta solamente de elementos físicos o de una urbanidad que representa lo social y que articula lo fragmentado. Se entiende que lo urbano es parte de la ciudad, tanto como

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ella de lo urbano, ya que el entramado material, social y afectivo es inseparable de cada uno de los elementos que lo rodean, y por lo tanto no puede entenderse sin ellos.

Según Aldo Rossi, en “los hechos urbanos hay algo que los hace muy semejantes, y no sólo metafóricamente, con la obra de arte; éstos son una construcción en la materia, y a pesar de la materia; son algo diferente: son condicionados, pero también condicionantes” (Rossi, 2013, p. 12).

La ciudad deja de entenderse como el mero conjunto de espacios físicos desarticulados para convertirse en el escenario de la vida social urbana. Es esta complejidad y esta reconstrucción permanente la que la hace escurridiza para la diversidad de las ciencias sociales, y es que la urbe siempre es mucho más que su apariencia. Para Georg Simmel, la ciudad excede sus límites geográficos de la misma forma que una persona excede su propio cuerpo: es ahí donde se expresa su existencia, pero es también apenas el inicio de su propio rango, que se extiende hasta la última consecuencia de sus actos tanto en el tiempo como en el espacio (Simmel, 2005).

La ciudad se construye como un vivir y una forma de relacionarse, que dice Lewis Mumford, es al final una estética: en su sentido completo, entonces, es un plexo geográfico, una organización económica, un proceso institucional, un teatro de acción social y un símbolo estético de unidad colectiva. La ciudad fomenta arte y es arte; la ciudad crea al teatro y es el teatro (Mumford, 1937, p. 93). La ciudad entendida como estética abre la perspectiva hacia aquellos elementos de interacción e intersubjetividad que la construyen en la vida cotidiana. Esto implica, para Maffesoli (2007), el arte que da estructura a la banalidad, es decir, que hace sociedad.

En otras palabras, la ciudad se reconstruye con todos esos mínimos actos y lazos banales entre sus habitantes, creando estructuras de sentido que cimientan la vida social. Así, la vida urbana se va tejiendo con las experiencias cotidianas de las

personas, con conversaciones casuales en la estación de autobuses, con reuniones de ex compañeros de la secundaria, con discusiones en la calle cuando ocurre un accidente vial. En resumen, ciudad, arte y estética se sostienen bajo el mismo principio: con todas las pequeñas cosas que ocurren en su interior, sobre todo las que parecen ser más intrascendentes.

Es así que la vida cotidiana en la ciudad puede comenzar a desetrañarse a partir de las pequeñas acciones que discurren en el día a día, especialmente aquellas que parecen ser triviales. La problematización y reconceptualización de términos como espacio, espacio urbano, habitantes, cuerpo, entre otros constituyen nuevas herramientas con las cuales mirar la realidad social. El espacio urbano pasaría a ser un eje que articula nuestras relaciones con la ciudad, y a su vez la ciudad articula nuestras relaciones con el espacio; a ser mucho más que un espacio de tránsito sin consecuencias.

Lo simbólico, lo imaginario, lo interaccional, lo corpóreo, lo afectivo ocurre en aquellos lugares en los que otros están presentes, incluso cuando los encuentros entre nosotros sean momentáneos y anónimos. Un espacio no es simplemente un plano en el que estamos, sin más, sino que al estar en él, nos volvemos necesariamente activos. Incluso el permanecer inmóvil en un lugar es una actividad, con consecuencias sociales y personales.

La ciudad, entonces, se convierte en el marco que engloba el entramado sociocultural asociado a todos los aspectos de nuestras vidas como citadinos. Es en la mutua presencia, en las relaciones cara a cara; es decir, en la vida cotidiana, se encarna lo que Goffman llamó el orden de la interacción (Caballero, 1998). Goffman la define como aquella que se da exclusivamente en las situaciones sociales, es decir, en las que dos o más individuos se hallan en presencia de sus respuestas físicas respectivas (Goffman, 1983). Es decir, la interacción social ocurre literalmente en medio de aquellos individuos, entre ellos.

La copresencia de dos o más personas y el consecuente espacio aparentemente vacío (grande o pequeño) entre ellas, representan siempre la condición de posibilidad de una interacción social. La presencia física de un individuo afectará las acciones de quienes están a su alrededor y viceversa.

Cada una de ellas constituirá un escenario distinto, con sus actores y sus formas de presentar y representar, y al mismo tiempo con su audiencia y sus formas de responder ante tal representación (Goffman, 2001). Esta dramaturgia, como un ritual, crea el sentido de la realidad compartida por ese grupo social que interactúa (Caballero, 1998; Lozano, 2003). Cada sujeto tendrá formas distintas de presentarse en cada escenario, con la finalidad de ser percibido de tal o cual forma.

Alicia Lindón (2009) propone algunas microsituaciones urbanas de la construcción socio-espacial que son aplicables a varias capitales de América Latina, entre ellas la Ciudad de México, que por lo tanto constituyen algunas de las que nos encontraremos al observar el fenómeno planteado:

a) Escenarios urbanos móviles y fugaces. Por ejemplo, las banquetas.

b) Escenarios urbanos fijos insertos en el ciclo cotidiano. Por ejemplo, el espacio de un puesto de venta ambulante.

c) Escenarios urbanos fijos y efímeros temporalmente. Por ejemplo, una estatua viviente u otro sujeto con un objetivo primordialmente performativo y estético.

Estos escenarios, pequeñas burbujas espacio-temporales se refieren únicamente a espacios públicos, abiertos y de tránsito en la ciudad. Aunados a escenarios de corte más privado, como plazas comerciales, cafés y restaurantes, constituyen ya un laboratorio suficiente para observar, desde una mirada etnográfica, cómo se construye la ciudad y las interacciones que ocurren dentro de ella.

Cuando transitamos por un espacio como estos, no somos solamente pasajeros, somos creadores de significados, de emociones, de percepciones, de afectos. Un espacio no es simplemente un plano en el que estamos, sin más, sino que en ese espacio hay posibilidades y limitaciones, con las cuales nos volvemos seres activos; hacemos cosas con él, en él, para él y viceversa, los lugares nos construyen a nosotros. Así, el espacio no es solamente aquél que contiene objetos y sujetos, que es ocupado por ellos, que constituye la distancia entre ellos; el espacio urbano también se concibe, se percibe y se vive de maneras específicas.

Al dividir la realidad en pequeños segmentos para su estudio, se logra una mayor profundidad analítica y por lo tanto conocimiento más significativo que aquel que tiene aspiraciones generalizadoras, en el sentido más cuantitativo del término. Esta es una de las primeras diferencias entre las etnografías contemporáneas y las etnografías clásicas: el campo a estudiar es definido por el investigador, de manera intencional, de acuerdo a lo que desea investigar. Es decir, no existe una división previa del grupo o espacio geográfico que habrá de constituir la unidad de estudio (la comunidad tal que vive en tal región de tal país).

Con esto en mente, el año de 1995 fue publicado en Annual Review of Anthropology, el artículo fundador de la etnografía posmoderna, escrito por George E. Marcus. La nueva antropología, que posibilita este cambio, comienza a mirar a los sujetos en movimiento y no sólo a los sujetos estáticos, como consecuencia de la apertura, la multiplicidad y la variabilidad que la globalización trajo consigo. Otra condición de posibilidad para su creación es la idea de que el espacio es construido socialmente (Falzon, 2009).

Para Marcus, el trazado del sitio de observación aparece durante la investigación y no antes de ella: se delimita cuando el investigador

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rastrea a los informantes a través de varios lugares, que pueden resultar relevantes a la luz de la pregunta de investigación (Marcus, 1995). Se redefine el objeto de la etnografía considerando que éste no es un sitio específico, sino un mundo social: un conjunto de actores y sus acciones unidas por la comunicación. El mundo social es el contexto que posibilita procesos, acciones, mundos simbólicos y a sus protagonistas mismos; por lo tanto, debe ser el punto de atención (Nadai y Maeder, 2005).

Así la etnografía multisitio, busca comprender un objeto de estudio que es complejo en su naturaleza, fragmentado, heterogéneo y situado en distintos lugares (Nadai y Maeder, 2005); es decir, la comparación es un elemento inherente a este tipo de etnografía, no un elemento que se agrega a posteriori a partir de dos elementos que no estaban relacionados.

Por otro lado, la etnografía multisitio parte de la idea de que sus sujetos de estudio (los “nativos” de hoy en día) habitan varios lugares, desempeñan diversos roles y no pueden reducirse a una sola categoría, ignorando las demás. Siguiendo a Norman Long (2007), todas las formas de intervención externa necesariamente se relacionan con los mundos de vida existentes de los individuos y grupos sociales afectados. A pesar de que algunos de estos aspectos podrían parecer inconvenientes en el uso de éste método, Nadai y Maeder se atreven a sostener que el mayor logro de la etnografía multisitio es su potencial para la generalización, al no referirse a un grupo, situación o lugar aislado.

Como su nombre lo indica, se trata de observaciones que ocurren en distintos sitios, pero es también más que eso: basándose en la concepción de un mundo global, conectado y complejo, se observa un objeto de estudio móvil, que se relaciona, se asocia, se juxtapone con el mundo de una manera integral. La etnografía mutlisitio da cuenta de las contingencias del mundo social más que otras metodologías (Marcus, 1995).

De modo que la etnografía multisitio plantea que es posible conocer un poco más sobre las formas de vivir en la ciudad, sin olvidar los elementos que hacen del espacio urbano el fenómeno tan complejo que es, al contrario: mirándolos de cerca para develar sus interrelaciones.

Sin embargo, hay que tener en cuenta los riesgos que plantea el “dividir” la realidad en pequeñas porciones cuya única finalidad es la de facilitarle la investigación al científico social. Aquellas divisiones, hasta cierto punto arbitrarias, ¿son realmente representativas de lo que ocurre en la totalidad de la vida urbana?

Conclusión

Las ciencias sociales nos presentan también otro camino para comprender fenómenos tan complejos como el de la ciudad: ese camino es el ensayo. Dado su carácter general, conjuga un ejercicio de escritura con reflexiones inspiradas tanto en la teoría consultada, como en la experiencia cotidiana de vivir en una ciudad.

Esta forma de aproximación conceptual retoma el enfoque formista de Maffesoli (2007), en el sentido de que la sola presencia de este fenómeno en el mundo social es razón suficiente para estudiarlo y la información que ofrece en su misma aparición aporta los recursos necesarios para su análisis. Esto implica una forma de pensamiento estético, que se aproxima a la realidad como una forma y como una imagen (Fernández, 2013). Por lo tanto, es un objeto de estudio que no se puede separar de los medios para analizarlo: en su descripción, escritura y teorización se devela a sí mismo. Esto ocurre en una dimensión distinta a la lógica, en la que los datos empíricos tradicionales suelen tener dificultades para aproximarse.

La elección de un pequeño trozo de realidad, en apariencia insignificante, para ser develado a través del proceso de reflexión

ensayístico es una división muy distinta a la de la etnografía multisitio. No describe a fondo únicamente ese fenómeno, al contrario: a través de su reflexión y descripción, se describe también al resto de los objetos. O en este caso, al resto de la ciudad.

La ciudad entendida como estética abre la perspectiva hacia aquellos elementos de interacción e intersubjetividad que la construyen en la vida cotidiana. Esto implica, para Maffesoli (2007), el arte que da estructura a la banalidad, es decir, que hace sociedad. En otras palabras, la ciudad se reconstruye con todos esos mínimos actos y lazos banales entre sus habitantes, creando estructuras de sentido que cimientan la vida social.

Si partimos de la idea de que la ciudad es una estética social que se ha estructurado a través de los siglos, desde las cuidadelas medievales, pasando por guerras y revoluciones, apropiaciones y expropiaciones del espacio público, automatizaciones de los medios de producción y creación de nuevos espacios de consumo; todos estos cambios progresivos han desembocado no solo en la aparición y desarrollo de las ciudades, sino en la existencia de sus habitantes y sus modos de vida, y deberían ser parte medular de las reflexiones en torno a la vida urbana.

Esta realidad compleja debe traducirse a la forma que usamos para estudiarla y para narrarla. Diría David Harvey, ensayista: “aprendemos a entender la ciudad desde múltiples perspectivas. Ella es, por un lado, un laberinto incomprensible de cualidades caleidoscópicas: se gira el caleidoscopio y vemos coloraciones y composiciones innumerables de la escena urbana. Aun así, hay puntos nodales persistentes alrededor de los cuales la imagen de la ciudad confluye en algo más permanente y sólido” (2003, p. 42).

Así, aunque la dimensión física y geográfica son partes importantes, hace falta girar el caleidoscopio para ver también el movimiento que

entrañan las relaciones que cotidianamente tejen sus habitantes, las cuales dan sentido a la existencia de la ciudad en oposición a otros tipos de lugares.

Ya decía Maffesoli (2007) que la familiaridad y naturalidad de las relaciones entre el observador, entre el citadino y los espacios, constituyen verdaderas poéticas urbanas que no son exclusivas del sociólogo, pues todos, sin importar nuestros intereses y nuestra cantidad de reflexión al respecto, estamos imbuidos con ella. Las características comunes entre la ciudad y sus habitantes derivan de los modos de vida, cuyo estilo urbano se vive en la cotidianidad y se reproduce, se materializa en sus cuerpos y en todos los espacios citadinos.

Se entabla entonces una relación mutua, de cercanía tal, que sus habitantes constituyen también lo urbano: la ciudad forma parte de cada uno de ellos, así como los citadinos forman parte de ella. En las urbes modernas la distinción entre lo dentro y lo fuera se difumina: el sujeto está en la ciudad tanto como ella está en el sujeto, el interior incluye al exterior. La modernidad permite esta diversificación de la vida privada dentro de la vida pública.

La ciudad se fractura y se vuelve incomprensible si es vista como un cúmulo de elementos fragmentados y desarticulados que después se concatenan a través de múltiples experiencias subjetivas o mediante criterios geográficos y políticos. Pero desde la perspectiva estética no puede fragmentarse. Es algo siempre completo que nos trastoca a nosotros, los que la habitamos, convirtiéndonos en estetas cotidianos a través de nuestros movimientos y acciones dentro de su marco.

Todo esto se observa a través del ojo y la mente del científico social, pero el método que elige puede dejar fuera algunos elementos importantes del entramado urbano. Es cierto que las reinvenciones de los métodos clásicos, como la etnografía multisitio, no pierden de vista el sesgo

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de los métodos clásicos, como la etnografía multisitio, no pierden de vista el sesgo que implica la perspectiva del investigador y niegan la existencia de la objetividad total. Sin embargo, el ensayo ofrece una compenetración total entre el objeto y el sujeto. En él, no existe un sujeto observador ni un objeto observado, sino que el objeto está dentro del sujeto, es parte de sus experiencias, de sus opiniones, de su forma de ver el mundo y por lo tanto, de su forma de escribir un ensayo.

Su complejidad no radica en la interpretación de los resultados, sino en su estructura misma. Así, en lugar de dividir la realidad en pequeños trozos para después rearmarla, el ensayo se construye como un proceso complejo en cada una de sus etapas, incluso en su lectura.

Fernández Vicente (2014) comenta que el ensayo es imperfecto y asimila el contexto social, que como afirma Bruno Latour, no es absoluta, sino que se van haciendo y deshaciendo. Es dinámico, inaferrables. Inasibles por teoría alguna.

Si la etnografía multisitio es, hoy por hoy, la metodología ideal para estudiar a la ciudad contemporánea, quizás la pregunta debe ser si lo mejor sería dejar de lado por completo el método, como habría propuesto Paul Feyerabend en los años setentas. Esta discusión rebasa los límites de la metodología y llega hasta la epistemología de las ciencias sociales.

En la época del publish or perish, parece buen momento para detenernos y observar hacia dónde apunta el futuro de nuestras disciplinas: ¿Es correcto seguir revisando y actualizando las metodologías clásicas como la etnografía, aun cuando el mundo cambia cada vez más rápido gracias a los intercambios de información que ocurren, por ejemplo, gracias a internet? ¿Estos métodos son suficientes para explicar los nuevos

fenómenos que han aparecido en esta realidad virtual o los nuevos ritmos de la vida urbana? ¿Aquellos trabajos que cumplen con los criterios de publicación de las revistas arbitradas constituyen realmente las mejores explicaciones para nuestra realidad, o se quedan cortas al explicarla? ¿Estamos valorando más la forma que el contenido? ¿Será posible girar hacia la profunda reflexión ensayística, que hoy en día no tiene lugar en la mayoría de las revistas indexadas?

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